domingo, 31 de julio de 2016

Los Nemos



Estos duendes o espíritus, tradicionalmente ayudan al amo que tiene la suerte de poseerlos en las tareas que éste les encomiende.
Estos Nemos, desde luego no son fáciles de encontrar y mucho menos de apresar si dado el caso, llegásemos a encontrarlos pues, en ocasiones pueden llegar a ser invisibles o en el mejor de los casos diminutos como pequeñas moscas.
La tradición dice que pueden heredarse incluso entre familias y generaciones.
Estos pequeños Diaplerons viven con el amo. Suelen vivir dentro de un canuto y una vez abierto éste, salen de él a toda velocidad para trabajar. Su mayor ansia es trabajar o comer, hacer todas las faenas que nosotros como amos podamos ofrecerles. Es de esta guisa como ellos pueden realizar en muy poco tiempo y muy minuciosamente las tareas más duras del campo o de cualquier otra función laboral.
Ahora sí, pensaréis…”qué maravilla el poder poseer un canutillo de duendecillos para no tener que hacer nada en todo el día”, mmm… no.
Nada más lejos de la realidad.
Los Nemos necesitan estar en constante actividad las 24 horas pues una vez sueltos del canutillo es bastante complicado volver a encerrarlos ya que no querrán volver adentro a no ser que les engañemos con alguna argucia.
Si no estamos todo el rato dándoles trabajo, estos duendecillos pueden llegar a enfadarse mucho. Pueden llegar a pedirnos comida y esto sería catastrófico pues su apetito insaciable es tan poderoso como sus ganas de trabajar.
Pueden llegar a devorarnos.

El maestro Goya retrató a estos Nemos (o Menos) en este y otros grabados

Una vez los Diaplerons han salido de su canuto, sus vocecillas van a estar absolutamente todo el tiempo preguntándonos:
“¿ Amo, qué hacemos ?
¿ Amo, qué hay que hacer ?
¿ Qué hacemos amo ?
¿ Qué hacemos ?”
Y se nos asegura que es arto complicado el tenerlos siempre ocupados pues una vez que han realizado las tareas encomendadas ( y las hacen muchísimo antes de lo que podrían realizarlas un buen grupo de hombres profesionalmente organizados para ello ) ya tienes que tener en mente cual es la próxima labor que vas a encargarles.
Estos duendecillos jamás van solos. Aunque no se sabe exactamente pero sí que conocemos que suelen ser un nutrido grupo, probablemente sea por esto que terminen las tareas tan rápidamente por muy forzosas que estas sean.
Se dice en las comarcas altoaragonesas que es indispensable pasarlos a alguien antes de que el actual poseedor de los Nemos muera pues en caso contrario podrían ser peligrosos incluso para el muerto y se corre el riesgo de que no le dejaran descansar.
Para evitar esto, en muchos casos, se coloca un tronco de roble recién cortado dentro del ataúd funerario.
En muchas ocasiones se han utilizado para las labores del campo, ya de sobra duras en los labrantíos aragoneses.
Cuentan los testigos que era algo impresionante y maravilloso ver cómo el trigo iba cayendo al suelo y recogiéndose sólo almacenándose por sí mismo en gavillas como por arte de magia y a una velocidad realmente endiablada.
Se conoce que a principios del siglo XX llegó un francés a la población de Abella en Huesca.
Este personaje había sido contratado para cortar la hierba de varios campos y lo llevaron al puntito de la mañana.

Localidad de Abella

Le llevaron el desayuno y el almuerzo y el francés todavía no había hecho nada.
Le llevaron horas más tarde la comida y se encontraron con el francés estaba tumbado debajo de un olivo y aún no había comenzado a trabajar.
Cuando a la noche le llevaron la cena se quedó todo el pueblo atónito al ver que el misteriosos vecino gabacho se había comido todo y la tarea estaba acabada en pocas horas.
Se supo años más tarde que el misterioso visitante había sido ayudado por un buen escuadrón de estos diablillos que tenía a su cargo y a buen recaudo en el interior de un anillo de plata.
En la población pirenaica de Torre la Ribera se dice que había un hombre que poseía a varios de estos duendecillos escondidos en un anillo y que en cierta ocasión cuando ya habían segado los diablillos varios de los campos de la propiedad del campesino, este temeroso de que lo devorasen al no tener más faena para ellos, les ordenó echar piedras a un campo cercano.
La cantidad de piedras arrojadas a aquella huerta en pocas minutos era tal que se formó lo que ahora se conoce como “El rocal de la Ribera”.

Rocal de la Ribera



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