domingo, 4 de febrero de 2018

El Abad de Alquézar



No podemos asegurar exactamente la ubicación en el tiempo de esta leyenda.
Sabemos que el Abad de Alquézar era un hombre de mediana edad, enjuto y seco como una rama y con una mirada realmente sombría y entristecida.
Un joven campanero se entrevistó con él una tarde, pues sus servicios eran requeridos en la colegiata.
El abad, le adelantó el sueldo de una semana y le indicó cual era su habitación en una casa cercana a la abadía.
Tan solo le dijo “Mañana hablaremos con más calma, esta noche descansa”.
No le indicó nada sobre horarios de las misas ni los toques ni las condiciones de trabajo y el muchacho se marchó a descansar.
Para el joven, las campanas podían decirse que eran seres vivos. El maestro campanero le había enseñado a entenderlas, a dominarlas, a amarlas. A llamar a cada una por su nombre ( siempre con nombre de mujer ) y estaba ansioso por conocer la campana principal de la Colegiata.
Subió por la noche. Tenía tantas ganas de verla que se adentró dentro de la iglesia por una portezuela y subió a lo más alto de la torre.

Imponente Alquézar con la Colegiata al fondo

Allí estaba la gran campana de Santa María. Era grandiosa.
Era bella como tan solo podían ser las campanas de las puertas del cielo.
En ese mismo momento el padre abad apareció y l sobresaltando al muchacho le dijo:
Hijo mío. Aléjate de la campana encantada. Pues a ésta no le gustan las manos humanas
Y sacando al muchacho de la torre, desapareció entre las sombras de la abadía.
El joven campanero ya sabía que las campanas siempre habían estado estrechamente relacionadas con el mundo sobrenatural. Que las ondas que emitían al ser tocadas podían contactar con el mundo del más allá.
Conocía leyendas sobre campanas que tocaban solas.
¿ Sería este el caso ?
¿ Se encontraba el mozo realmente ante una campana encantada ?
Con estas conjeturas, el chico se acostó y se durmió profundamente.
Tuvo el chico algunos sueños perturbadores. Soñó con su maestro, el viejo campanero del Monasterio de Sigena.
En el sueño, el viejo le decía al muchacho que el fin por el que nacieron las campanas era el de alejar a los malos espíritus del lugar donde hubiese una de ellas y fuese correctamente tocada.
Al día siguiente y tras reunirse con el párroco, con Don Pedro, nada pudo concretar, pues el abad había marchado por la mañana precipitadamente para encargarse de un asunto urgente y no regresaría hasta el día siguiente.
El joven tuvo que esperar un día más.
La impaciencia pudo con él y se metió en la iglesia al anochecer para estrenarse con el toque de campana de media noche.
El toque que sobresalta a los soñadores. El toque que orienta a los que se han perdido en el bosque. El toque que espanta a las ánimas que errantes vagan por los montes. Uno de los toques de campana más complicados de todos.
Faltaba más o menos una hora para la media noche y la campana, misteriosamente… comenzó a tocar y tocar.
El joven subió apresuradamente los largos escalones del campanario.
¿ Podría ser que el anterior campanero, despechado estaba intentado dejar en mal lugar al nuevo trabajador ?
El mozo no iba a permitirlo y llegó a lo alto de la torre en un santiamén.
El toque de aquella campana era nuevo para él. Era un toque desgarrador, enormemente triste.
Dotado de una técnica desconocida para él. Parecía la mismísima campana de la agonía.
Era un toque oscuro, de muerte y de llanto.
Pero eso no era lo peor de todo.
Lo peor del caso es que allí arriba no había absolutamente nadie.
Ningún campanero estaba dando aquel toque.
La campana tocaba y volteaba sin cesar, casi con desesperación.

La campana encantada de Alquézar

La vela del mozo se apagó y en ese mismo instante, una sombra, cien veces más oscura que todas las sombras del lugar se apareció ante el mancebo.
El abad en forma fantasmagórico apareció ante sus ojos.
La túnica ondeaba ligeramente y la mirada del fantasma se cruzó con la del muchacho.
Te dije que no subieras. Abad fui de esta abadía y estaré pagando por mis pecados hasta el fin de los siglos. Mi llanto tocará esta campana hasta el fin de los siglos”.
A cada frase del fantasma, un nuevo toque de campana rubricaba la locución del abad.
El mozo huyó del lugar y no regresó jamás.
Se dijo que aquel abad había sido maldito tras caer en el pecado carnal con una bruja que una noche casi incorpóreamente, se apareció en su celda.
Haciendo averiguaciones años más tarde, el joven descubrió que nunca jamás en la abadía había habido un párroco que se llamase Don Pedro.
¿ Con quién había estado hablando aquel día… ?
¿ Cuántos fantasmas habitarían realmente la colegiata de Alquézar ?
Nunca se sabrá.

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