Parece que estamos hablando de un caso gallego, ¿ verdad ?. Pues no. Nada
más lejos del destino en cuestión.
Leí hace ya bastantes años sobre una cuesta “embrujada” en pleno parque
natural del Monacayo y ese mismo fin de semana ahí que me planté.
Ponía en el reportaje en cuestión que en una cuesta hacia abajo, soltabas
algún objeto rodante y dicho cacharro se iba para arriba y la verdad yo, ese
prodigio no me lo podía perder. Mis inquietudes han sudo prácticamente las
mismas desde muy pequeño.
El hándicap venía en que el camino de subida al Moncayo es largo y en
ningún manual te pone dónde está exactamente la cuesta mágica y la verdad es
que todos los recovecos parecen iguales, pero aún así, monté en mi Opel Corsa
de matrícula Zaragoza-Z y para allá que me fui.
Nada más pasar el Monasterio de Veruela y comenzar a subir por el camino
del Moncayo yo iba atento a la carretera por ver si podía vislumbrar algo, lo
que fuese que me diese una pista de que la mágica cuesta se hallaba ante mí,
pero la verdad es que nada me indicaba nada fuera de lo normal.
El Moncayo es un mundo mágico ya de por sí y ya comenzaba a pensar que no
podría encontrar cual era aquella cuesta y de repente… Ocurre.
El Moncayo mágico. Un privilegio para los aragoneses |
Nadie me pregunte porqué pero a los pocos metros de un desvío que se mete a
la derecha, me di cuenta de que aquella era la cuesta.
Y os aseguro que no sé porque, pero supe que era aquella.
Aparqué a la derecha del camino, bajé del coche y contemplé la cuesta desde
arriba.
Aunque subíamos, en ese trozo la cuesta iba hacia abajo.
O eso es lo que me pareció a mí aunque vamos, podría jurarlo.
Eché un poco de agua al suelo del camino, al asfalto y comencé a reír yo
solo.
Impresionante.
La leyenda es cierta. El agua serpenteaba hacia arriba como una culebrilla.
Dejé la botella en el suelo y por supuesto… ¡ rodaba hacia arriba !
La prueba de fuego. Monté en el coche. Bajé ( ¿ o subí ? ) hasta el final
de cuesta y quité la velocidad.
El coche a pesar de ir bajando, a cada metro recorrido perdía velocidad.
Perdía velocidad hasta el punto de que antes de llegar al final de la cuesta el
coche se fue frenando y frenando hasta llegar a detenerse por completo y de
repente y poco a poco, reculando, comenzó a subir de nuevo. Él solo.
Tube que frenar porque en unos segundos el coche iba subiendo ya a bastante
velocidad y como decimos por aquí… ¡ de culo !
La cuesta encantada me impresionó entonces y sigue haciéndolo ahora.
Hay quién ha achacado el hecho al magnetismo, otros dicen que las brujas de
Trasmoz y su Tía Casca espiritaron aquellos parajes hace ya mucho tiempo y
alguno que otro, opina que tan sólo es un efecto óptico.
Yo sé la verdad.
Pues de tantas visitas que he hecho a la cuesta, en una de ellas me llevé
un nivel y lo dejé en el suelo.
Yo sé, si la cuesta es una subida o una bajada.
¿ Quieren saberlo ?
Mmm… no.
Creo que siempre será más ilusionante que lo comprueben ustedes mismos, ¿
no es así ?