domingo, 21 de febrero de 2016

Los Romeros. Poderosos exorcistas aragoneses.



En el rito de los espiritados de Santa Orosia, en la mayor parte de las ocasiones, los exorcismos eran realizados por cófrades aunque en algunas ocasiones, cuando la complicación del exorcismo era extrema, se recurría a los Romeros.
Estos Romeros eran hombres del campo. Hoscos y rudos. No temían al diaple pues se sabían bien protegidos.
Iban ataviados con una capa raída, de color gris blanquecino como la ceniza recién sacada del hogar.
Siempre llevaban un sombrero de pastor y un báculo en cuyo extremo incrustaban una pesada cruz de hierro macizo.

Un Romero a finales del Siglo XIX

Vivían de la limosna y aunque era de gran utilidad contra los espíritus también eran temidos pues se creía que sus conjuros eran tan potentes que eran capaces de expulsar al mismo Satanás del cuerpo de un gentilhombre.
Cuando recibían limosna, cantaban alabanzas al Señor con voces átonas y completamente macabras.
Se dice que era un espectáculo terrorífico y dantesco.
Los romeros obligaban a besar la parte alta de la cruz de hierro a los endemoniados y ninguna podía resisitirse a sus órdenes.
Cuando el Romero comenzaba el conjuro, se ataba fuertemente los zapatos y se anudaba los dedos de las manos. De este modo cuando el atacado comenzaba a convulsionarse, signo inequívoco de que el demonio se manifestaba, el Romero sabía que a imitación de el mismo, el diaple iba salir a través de los pies y las manos del enfermo.

Los Romeros no utilizaban el Rituale Romanum

Conforme aumentaban los alaridos del endemoniado aumentaban los golpes del Romero contra el suelo con pies y manos hasta que los zapatos y los nudos de los dedos saltaban y esto significaba la total liberación del pobre espiritado.
Imaginaos la locura y la histeria colectiva a cada nudo que saltaba de la mano del Romero, significando con ello la expulsión de un demonio. Los gritos del poseso, mezclados con los de horros de las mujeres, con los gritos del Romero, con los cantos del resto de Romeros, con los rezos del párroco, con los cantos y bailes de la gente, con el bullicio maléfico del gentío.
Digno espectáculo que ahuyentaría a los demonios y sin duda… a los que no son demonios también.

En plena acción

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