No podemos asegurar exactamente la ubicación en el tiempo de
esta leyenda.
Sabemos que el Abad de Alquézar era un hombre de mediana
edad, enjuto y seco como una rama y con una mirada realmente sombría y
entristecida.
Un joven campanero se entrevistó con él una tarde, pues sus
servicios eran requeridos en la colegiata.
El abad, le adelantó el sueldo de una semana y le indicó
cual era su habitación en una casa cercana a la abadía.
Tan solo le dijo “Mañana hablaremos con más calma, esta
noche descansa”.
No le indicó nada sobre horarios de las misas ni los toques
ni las condiciones de trabajo y el muchacho se marchó a descansar.
Para el joven, las campanas podían decirse que eran seres
vivos. El maestro campanero le había enseñado a entenderlas, a dominarlas, a
amarlas. A llamar a cada una por su nombre ( siempre con nombre de mujer ) y
estaba ansioso por conocer la campana principal de la Colegiata.
Subió por la noche. Tenía tantas ganas de verla que se
adentró dentro de la iglesia por una portezuela y subió a lo más alto de la
torre.
Imponente Alquézar con la Colegiata al fondo |
Allí estaba la gran campana de Santa María. Era grandiosa.
Era bella como tan solo podían ser las campanas de las
puertas del cielo.
En ese mismo momento el padre abad apareció y l
sobresaltando al muchacho le dijo:
“Hijo mío. Aléjate de la campana encantada. Pues a ésta no
le gustan las manos humanas”
Y sacando al muchacho de la torre, desapareció entre las
sombras de la abadía.
El joven campanero ya sabía que las campanas siempre habían
estado estrechamente relacionadas con el mundo sobrenatural. Que las ondas que
emitían al ser tocadas podían contactar con el mundo del más allá.
Conocía leyendas sobre campanas que tocaban solas.
¿ Sería este el caso ?
¿ Se encontraba el mozo realmente ante una campana encantada
?
Con estas conjeturas, el chico se acostó y se durmió
profundamente.
Tuvo el chico algunos sueños perturbadores. Soñó con su
maestro, el viejo campanero del Monasterio de Sigena.
En el sueño, el viejo le decía al muchacho que el fin por el
que nacieron las campanas era el de alejar a los malos espíritus del lugar
donde hubiese una de ellas y fuese correctamente tocada.
Al día siguiente y tras reunirse con el párroco, con Don
Pedro, nada pudo concretar, pues el abad había marchado por la mañana
precipitadamente para encargarse de un asunto urgente y no regresaría hasta el
día siguiente.
El joven tuvo que esperar un día más.
La impaciencia pudo con él y se metió en la iglesia al
anochecer para estrenarse con el toque de campana de media noche.
El toque que sobresalta a los soñadores. El toque que
orienta a los que se han perdido en el bosque. El toque que espanta a las
ánimas que errantes vagan por los montes. Uno de los toques de campana más
complicados de todos.
Faltaba más o menos una hora para la media noche y la
campana, misteriosamente… comenzó a tocar y tocar.
El joven subió apresuradamente los largos escalones del
campanario.
¿ Podría ser que el anterior campanero, despechado estaba
intentado dejar en mal lugar al nuevo trabajador ?
El mozo no iba a permitirlo y llegó a lo alto de la torre en
un santiamén.
El toque de aquella campana era nuevo para él. Era un toque
desgarrador, enormemente triste.
Dotado de una técnica desconocida para él. Parecía la
mismísima campana de la agonía.
Era un toque oscuro, de muerte y de llanto.
Pero eso no era lo peor de todo.
Lo peor del caso es que allí arriba no había absolutamente
nadie.
Ningún campanero estaba dando aquel toque.
La campana tocaba y volteaba sin cesar, casi con
desesperación.
La campana encantada de Alquézar |
La vela del mozo se apagó y en ese mismo instante, una
sombra, cien veces más oscura que todas las sombras del lugar se apareció ante
el mancebo.
El abad en forma fantasmagórico apareció ante sus ojos.
La túnica ondeaba ligeramente y la mirada del fantasma se
cruzó con la del muchacho.
“Te dije que no subieras. Abad fui de esta abadía y estaré
pagando por mis pecados hasta el fin de los siglos. Mi llanto tocará esta
campana hasta el fin de los siglos”.
A cada frase del fantasma, un nuevo toque de campana
rubricaba la locución del abad.
El mozo huyó del lugar y no regresó jamás.
Se dijo que aquel abad había sido maldito tras caer en el
pecado carnal con una bruja que una noche casi incorpóreamente, se apareció en
su celda.
Haciendo averiguaciones años más tarde, el joven descubrió
que nunca jamás en la abadía había habido un párroco que se llamase Don Pedro.
¿ Con quién había estado hablando aquel día… ?
¿ Cuántos fantasmas habitarían realmente la colegiata de
Alquézar ?
Nunca se sabrá.