Este magnífico enclave se encuentra en la localidad de
Rodellar.
Rodellar es un precioso pueblo, muy pequeñito y en invierno
no pasará de estar habitado por un par de familias o tres.
Llegaremos al enclave, atravesando el mágico y encantado
Barranco del Mascún, hogar de duendes bruxas y de uno de los loberos más
afamados de la historia de Aragón, Mauro.
Justo antes de llegar a la aldea de Nasarre, encontraremos
la imponente mole conocida como “La losa Mora”
Este lugar está completamente lleno de mitología y leyendas.
En algunos csos se cuenta que una hilandera encantada llevó
la gigantesca piedra sobre su cabeza hasta depositarla en su lugar actual.
|
La Losa Mora |
Otra de las leyendas de la zona, nos habla sobre un tendero
de Rodellar que se dirigía a la aldea de Otín `para practicar su compra venta
habitual.
El hombre iba asustado porque no había otro camino y,
absolutamente siempre, al pasar por debajo del megalito, una sombría figura, le
saltaba encima del caballo, lo derribaba y le daba una tremenda paliza.
No le robaba ni le hablaba, tan solo lo molía a palos.
El tendero siempre recordó que era una figura como de
hombre, pero totalmente negra y con el pelo muy brillante, como de fuego.
Así era la criatura que se escondía en el interior del dólmen.
|
Dólmen de Losa Mora |
Tenemos otra historia en la que en esta ocasión el
protagonista era un carpintero de Eara.
Tras un largo día de trabajo, el carpintero regresaba a su
casa y se dispuso a recoger un buen fajo de leña pues ya empezaba a refrescar y
una buena fogata nada más llegar a casa, es precisamente lo que más le
apetecía.
Se detuvo junto al camino, recogió unos buenos trozos, hizo
un buen fajo con ellos y, anudándolo bien, retomó el camino. A casa.
Tranquilamente.
Pero no. Nada de eso. Todavía no había dado tres pasos, que
todo el fajo de leña, se abrió y cayó al suelo desparramándose aquí y allá.
El hombre quedó muy extrañado pues mira que él era un buen especialista
en nudos y le parecía casi imposible que la leña se le hubiese caído pero en
fin… no pasa nada.
La volvió a recoger y a anudar, en esta ocasión con un doble
nudo montañés.
A los tres metros andados, los leños volvieron a caer al
suelo.
El hombre se dijo a sí mismo que no iba a dejar aquella leña
allí para que se la llevase otro y volvió a atarla con un buen hatillo lleno de
nudos. Ahora era imposible perderla. Retomó la marcha.
La leña no se caía pero comprobó horrorizado que… ¡ no podía
mover los pies !
Aquello fue demasiado para él. Dejó la leña en el camino y
vio que así sí que podía moverse. Sin lugar a dudas aquel lugar estaba
encantado y ensimismado en sus pensamientos, regresó a su casa.
Cuando había recorrido ya algún kilómetro y las casas de la
aldea de Bara ya se avistaban a lo lejos, vio como tres hombres, ataviados con
unas sayas de color blanco al estilo de los curas se acercaban también, cuando
los tres hombres llegaron a su lado, justo cuando nuestro protagonista se
disponía a saludarles, éstos se disiparon en una nube como si jamás hubiesen
estado allí.
El carpintero no se asustó y achacó todo al nerviosismo
adquirido durante el “problemilla” con la leña.
|
Estas extrañas presencias, también han hecho aparición en los bosques aragoneses |
Siguió bajando por el camino y a lo lejos, pudo ver en el
mismo, en medio, un ataúd.
Un ataúd cruzado en el camino. Blanco como las vestiduras de
los fantasmones anteriores.
Recordó que su abuelo le había hablado de algo parecido y
siempre le había dicho que si se encontraba un ataúd en el camino, ¡ que no
mirara !.
Que bajo ningún concepto echara un vistazo dentro de la caja
fúnebre. Que diera un pequeño rodeo.
Nuestro amigo así lo hizo y ahora, ya asustado, emprendió a
paso ligero hacia su casa.
|
Nunca jamás acercarse a un atud en medio del camino ! |
Cuando llegó a casa por fin, se encontró a la mujer muy
asustada.
Le contó ella que desde dentro de la artesa, mientras se encontraba
amasando pan, se oyeron tres golpes sordos y la propia artesa comenzó a saltar.
Que si estaba encantada, que si patatín.
Aquello fue demasiado para el pobre carpintero y a la mañana
siguiente se fue a ver al mejor mago de la comarca, al debinaire de Rodellar.
Precisamente nada más pasar de nuevo por la derecha de la
Losa Mora, ya emprendiendo el camino que llaman “Sendero del Vallón de Moros”,
escucho un tremendo jolgorio a sus espaldas, como si cientos de personas e
instrumentos hubiese, todos gritando y tocando a la vez.
Cuando se giró, pudo comprobar cómo el ruido cesaba y además
nadie había tras él. El camino seguía tan solitario como siempre.
Siguió andando y a los
pocos metros, volvió a ocurrir.
Era casi ensordecedor. Unos impresionantes estruendos junto
con voces, gritos y una infinidad de instrumentos musicales se escuchaban tras
él, como si estuviesen situados a pocos metros.
Se giró y… nada. Adiós al ruido y por supuesto, no había
nadie.
Muy asustado, llegó a casa del debinaire y le contó todo lo sucedido
desde el día anterior hasta ese mismo momento.
El debinaire le aclaró al carpintero que toda la zona de la
Losa Mora, estaba encantada y que para que el encantamiento cesase en su casa,
lo que tenía que hacer aquella noche era dejar un plato de agua junto a la
ventana.
El debinaire le pidió al carpintero sus honorarios y este se
dio cuenta que con las prisas, no había traído el dinero.
|
El mago o debinaire. Un personaje muy popular en el legendario aragonés |
Entonces el adivino se enfadó, y le dijo que no iba a
decirle porque el encantamiento las había tomado con aquel pobre hombre, que se
marchara, que ya le había dicho bastante.
El hombre volvió a casa y los fenómenos cesaron.
Bueno, cesaron en su casa, por que han pasado los años y en
la zona de la Losa Mora, siguen ocurriendo de los más extraños portentos.
Nunca averiguó aquel hombre, porqué los duendes, la habían
tomado con él.