Corría el año 1922. Antes aún que la archiconocida historia
de “El duende de Zaragoza”.
Entre los viandantes del barrio corría el rumor de que un
fantasma se aparecía a los noctámbulos de la zona asustándolos con su voz
gangosa y sus amenazas fantasmales.
Pocos aseguraban haberlo visto pero sí que eran bastantes
los que podían afirmar haberlo escuchado durante la noche y el pánico comenzaba
a hacer mella en la ciudadanía.
Como las autoridades tampoco es que hiciesen mucho caso del
asunto del fantasma pues los testigos dejaban siempre unos testimonios muy
vagos y en ningún caso tenían nada que ver unos con otros.
Fueron los valientes reporteros del Heraldo de Aragón.
Enviaron a hacerse cargo del suceso a Don Fernando Soteras “Mefisto”,
el genial coplista de principios de siglo.
Los amigos del Heraldo se hacían eco del hecho |
Se describían desde perfectos espectros pálidos e ingrávidos
a ensabanados encadenados pasando por muertos terroríficos vivientes.
Nuestro cronista llegó a la calle a altas horas de la
madrugada y comenzó a deambular pos la misma arriba y abajo, esperando la aparición
del terrible espectro de un momento a otro.
Enrique Anel, uno de los más grandes imagineros de Aragón
acompañaba a nuestro improvisado reportero del misterio, es natural que un
hombre que esculpe santos tiene algo de protección contra este tipo de bestias
antinaturales, ¿ verdad…?
Justo a las dos de la mañana, el imaginero y “Mefisto”
llegaban a la Calle del Progreso y bebiendo un trago de la refrescante agua de
la acequia cercana, se sentían fuertes en la empresa.
En la misma Calle da la Paz, cuando menos se lo esperaban,
lo escucharon.
La voz venía del inframundo sin duda. Era algo terrorífico.
Era un tipo de quejido-ronquido surgido del averno que murmuraba
ininteligiblemente. Nuestro protagonistas, agarrados a la fuerza que da el
estar junto con un compañero, avanzaron despacio por la calle en dirección al
infernal sonido hasta llegar bajo una ventana que, medio abierta, dejaba pasar
el sonido de las maléficas palabras desde el abismo.
La voz completamente gangosa decía:
“Argghhh… calles limpias... zzzzz… Le-che bara-ta… zzz..
grpzzzgh… zzz… ta-ba-co abundante…zzz…”
¡ Madre mía del amor hermoso !
¡ Era un borracho ! ¡ Un borrachuzo durmiendo la mona !
Lo que en aquellos tiempos se tachó como “un soñador”
El asunto estaba resuelto.
Las gentes podían volver a pasear tranquilamente por aquella
zona de Zaragoza.
El único que nunca se enteró de la resolución del caso fue
nuestro querido soñador que volvería a casa cada día tras la reunión de cada
noche en el bar, con miedo a poder encontrarse con aquel fantasma terrible del que todos
hablaban.
El "soñador" |
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