La memoria de los montañeses ha conservado fabulosas
historias sobre seres míticos y mágicos.
La leyenda del cucharero es una de las más tristes de toda
la zona pirenaica.
El hombre era un pastor del pueblo viejo de Canfranc. La
vida del pastor era dura y peligrosa y no se podía faltar en ningún momento a
la cita con la trashumancia.
En cuanto llegaban los fríos, los pastores raudos bajaban al
Sur, donde la nieve desaparecía antes.
Un año, cuando Damián partió, su mujer le advirtió que a su
regreso encontraría nuevo ganado.
Cuán grande fue la sorpresa de este cuando al volver a casa,
meses después, se encontró con… ¡ un heredero !
Un hijo, precioso y lozano.
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Trashumancia en toda la zona pirenáica |
La mujer estaba esperando para bautizarlo aunque el párroco
de la localidad había insistido para bautizarlo cuanto antes.
El pastor escogió llamar al pequeño con un nombre
tradicional en la familia. Como se había llamado su padre.
“De este modo -pensó el
hombre- el alma de su abuelo probablemente le sirva de ángel de la guarda”
Se pasó el buen tiempo como una auténtica exhalación y para
cuando llegaron de nuevo los primeros fríos, el pastor comunicó que no deseaba
bajar a los valles a hacer la trashumancia.
Que quería celebrar las Navidades con su familia. Con su
mujer y con su hijo. Como todo hijo de vecino.
El más veterano de los pastores, amenazó al pastor incluso
con echarle del gremio.
Los otros pastores le decían que estaba loco y las mujeres,
le daban a entender que era un mal padre y esposo.
Nuestro protagonista no había estado ocioso durante el
verano y, a golpe de navaja y paciencia, había estado tallando montones de
cazos y cucharas de madera de boj.
Auténticas obras maestras artesanales.
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Típica artesanía aragonesa |
Es así que, tal y como llegaron los fríos y los pastores
bajaron a las tierras planas, él se dedicó a vender su mercancía con el fin de
poder pasar las Navidades junto con su familia.
Llegó el día de Nochebuena y la verdad es que nuestro amigo
había vendido más bien poca cosa.
Se le ocurrió que a lo mejor, pasando a Francia, podría allí
vender algo más y nada más pensarlo, se encaminó hacia el país gabacho.
Partiendo justo antes de que saliese el sol, y con la ayuda
de su gayato de pastor, llegó a Francia al mediodía y comenzó a vender. Tenía
que haberlo pensado antes nuestro amigo pues resultó que las ventas en el país
vecino estaban siendo fenomenales y la gente le quitaba prácticamente el
producto de las manos.
Poco antes de caer la noche, el pastor, se encaminó de nuevo
en dirección a Canfranc.
Era hombre curtido en los montes y conocía tanto el camino
como las estrellas y partió sin miedo.
Cuando llegó el hombre a la cima del puerto, algo ocurrió.
La noche ya era cerrada y la oscuridad casi total. Tan solo
la luna y las estrellas iluminaban con su reflejo la superficie negra de las
aguas del ibón.
Todo era muy excepcional pues una extraña voz, parecía
provenir de todos y ningún sitio a la vez.
La voz se convirtió casi en un coro de voces. Una multitud
de dulce voces que parecían provenir del interior del ibón.
Parecía imposible pero lo cierto es que nuestro protagonista
nada podía hacer para resistirse a la voz de aquellas misteriosas sirenas.
¿ Serían las encantarías de los lagos ? Aquellas sobre las
que tantas leyendas él había escuchado en las noches pastoriles a la luz de la fogata
y la luna llena.
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Mucho ojito con las encantarias de los ibones ! |
El pastorcillo no pudo más que ir bajando en dirección a las
oscuras aguas del lago. Incluso la mochila con los pocos enseres que le
quedaban sin vender cayó al suelo y fueron los cazos y cucharones rodando
montaña abajo.
“Ven…
Ven con nosotras, ven…”
Le decían las voces ahora provenientes del fondo del ibón
con toda seguridad.
El hechizo de aquellas moricas, de aquellas fades, era tan
poderoso que el pobre mozo se arrojó a la lóbrega profundidad del lago y
aquella fue su tumba.
Pues nunca ya jamás se supo nada del pobre hombre.
Hay quien cuenta como paseando por esta zona de los
pirineos, ha podido encontrar semienterrada, algún cuchara de madera de boj.
Quién sabe.
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Ibón de Bernatuara |