El pueblo de Aguilar de Alfambra como tantísimos en Aragón estaba
conquistado por los musulmanes y los valientes caballeros cristianos por mucho
que lo intentaban no podían recuperarlo.
El castillo de Aguilar era uno de los más imponentes y
fuertes de la zona y era realmente complicado el poder tomarlo.
Los caballeros habían intentado asediar la plaza varias
veces pero siempre sin éxito. El ejército musulmán estaba realmente muy bien
preparado y nunca los guerreros cristianos se salían con la suya.
Un ingenioso guerrero cristiano, ideó un plan.
Ya que el ejército religioso contaba con tan pocos
efectivos, harían que los musulmanes se asustasen.
En primer lugar, hicieron correr la noticia de que el rey,
enviaba un poderoso ejército que aplastaría a los musulmanes de Aguilar.
El ejército moro, no hizo mucho caso de las habladurías pero
estaba atento. Nunca se sabe.
Ruinas del castillo de Aguilar de Alfambra |
Una noche, uno de los vigías pudo observar desde lo más alto
de la torre cómo un inmenso ejercito, el más grande y formidable que jamás
hubiese contemplado, se aproximaba subiendo por la ladera.
Cada soldado de los cristianos portaba una antorcha.
Malditos cristianos, habían esperado a atacar en una noche
como aquella. Una noche sin luna. Sin ninguna visibilidad.
Tan solo las antorchas de cada guerrero se veían en aquella
oscuridad total.
El alcaide del castillo subió a la torre para observar a los
invasores.
El ejército cristiano era realmente formidable. A ojo de
buen cubero, podría decirse que superaban al ejército musulmán en proporción de
diez a uno, o más incluso.
Además se habían llegado preparados para un gran asedio pues
entre los ruidos del entrechocar de las cotas de malla y las trompetas, podían
escucharse el de los carneros, vacas y ovejas.
El alcaide, no viendo la necesidad de morir todos allí
mismo, se rindió y, entregando las armas abrió los portones del castillo.
Las batallas entre moros y cristianos siempre han sido crueles |
Ay amigos… tremenda sorpresa.
Los moros habían sido engañados.
El ejército cristiano era el de siempre, unos pocos hombres.
Pero todos ellos habían atado un par de teas encendidas en las cabezas de los
animales.
Un formidable ejército de vacas y cabras entraba al castillo
todos ellos con teas sobre las cabezas.
En una noche tan cerrada como aquella los musulmanes no
pudieron ver la argucia de los soldados cristianos y entregaron el castillo. Si
tan solo se hubiesen esperado al alba, se hubiesen percatado del engaño, pero…
así es la guerra.
De la época de estas leyendas nos llegan tradiciones como las de los "toros de fuego" |