El caso corresponde a la Víspera de San Juan, noche mágica donde las haya,
en el año 1475.
La iglesia parroquial de Aguaviva en Teruel, se halla bajo la advocación y
protección de San Lorenzo y Santa Bárbara.
El párroco era Mosén Bartolomé Sanz.
Mosén Bartolomé, había consagrado una hostia muy grande y así de esta
guisa, pensaba exhibirla al día siguiente durante la procesión del Corpus.
La recogió junto con tres hostias más pequeñas en una urnilla de plata, uno
de los tesoros de la parroquia.
Iglesia parroquial de San Lorenzo |
El Mosén se marchó a casa y la
iglesia quedó sola.
Pudo ser probablemente un accidente con algún cirio mal apagado pero el
caso es que sobre las 10 de la noche, se declaró en la iglesia un incendio de
tal magnitud que ni entre todo el pueblo pudieron sofocarlo y tan solo podían
mirar cómo su iglesia se hacía cenizas y escombros.
Al día siguiente, cuando ya se pudo entrar, Mosén Bartolomé dedicó todo el
día a buscar la cajita con las hostias, era lo único que le importaba y tres
días estuvo el pobre hombre buscando sin éxito alguno.
A la mañana del tercer día, Mosén Bartolomé recibió la visita del vicario
de La Ginebrosa, el cual había acudido con intención de consolarle.
Mosén Bartolomé estaba completamente agotado y se marchó a casa para
atender a su invitado.
Pero dejó al monaguillo en las puertas de la ruinosa iglesia.
El cura no quería que nadie pudiese entrar dentro y llevarse las hostias y
dejó al monaguillo encargado de no permitir la entrada a nadie bajo ningún
concepto hasta que él llegase por la
mañana.
El monaguillo quedó al cuidado de la puerta y al poco de anochecer,
llegaron antes él tres hombres.
El chico intentó impedirles la entrada pero le asustaron tanto y le
parecieron realmente tan venerables que fue incapaz de frenarles el paso.
Los hombres no le hicieron caso y se echaron a reir, penetrando en el
reciento. El monaguillo les siguió hasta el altar mayor.
En el momento en el que llegaban allí los tres hombres se tornaron tan
blancos y resplandecientes que el monaguillo se asustó y salió corriendo a
avisar al cura.
El cura de Aguaviva y el de La Ginebrosa, acudieron de inmediato y se
encontraron con que los tres hombres ya no estaban. Habían desaparecido.
En cambio lo que sí que encontraron fue la gran hostia que Mosén Bartolomé
había consagrado tres días antes.
La hostia con un borde plegado y, dentro del pliegue, las tres pequeñas
hostias llenas de sangre.
El milagro se había producido.
Se piensa como afirmación popular, que los tres hombres que penetraron aquella
noche en la iglesia eran San Pablo, San Pedro y San Lorenzo.
Ostias sangrantes |