Antaño, cuando no había explicaciones científicas para estos
cotidianos a los que hoy ya estamos acostumbrados, para estas maravillas con
las que nuestros ojos ya no se sorprenden aunque sean realmente algo mágico,
como un amanecer, la nieve, una luna llena…antaño se recurría a las leyendas.
La explicación más plausible era la de dioses y diosas, la
de de brujas y poderosos debinaires.
Las tormentas eran ocasionadas y conducidas sin duda por las
bruxas y los bruxones.
En numerosas ocasiones se vio a las bruxas aragonesas cabalgando
sobre las tormentas para conducirlas aquí o allá y hacer el mal destrozando
cosechas y tejados o incluso alcanzando a algún labrador en el campo con algún
maléfico rayo.
Bruxa conjurando una tormenta |
Y los más antiguos habitantes de la zona, lo que creían, era
que los dioses eran los que estaban haciendo bramar el cielo.
Los que lo encendían con relámpagos y centellas.
Dioses que, en sus fraguas, situadas en los más altos
montes, repicaban y repicaban sin parar sus martillos haciendo pasar miedo al
hombre. Al débil hombre que por igual, adoraba y temía a estas deidades.
Dioses como Turbón, dioses como Balaitús. Gigantes que
asustaban o protegían al hombre, como les viniera en gana.
Son esos mismos dioses mitológicos aragoneses los que dan
nombre a la mayoría de los picos de los Pirineos.
Unos imponentes espíritus de las montañas, capaces de
dominar y controlar los cuatro elementos y la magia.
Es a una de estas diosas a la que le debemos agradecer la
aparición de la nieve sobre los montes Pirineos.
La diosa Culibillas. Una montaña-diosa de más de dos mil
quinientos metros de altitud a la que podemos acceder por ejemplo desde el Col
de Ladrones.
Eran una familia de dioses muy pobres pero eso sí, eran muy trabajadores y honrados.
El tesoro más valiosos que poseían era su hija Culibillas.
La diosa-montaña más preciosa de todas cuantas haya habido.
Culibillas era una preciosa montaña blanca llena de blancos
glaciares siempre helados, de blancos corderos agrupados en pequeños rebaños
dispersos por las laderas de la montaña y sobre todo de las preciosas y
trabajadoras hormigas blancas que tanto en verano como en invierno, blanqueaban
la montaña con su presencia.
El dios Balaitús se enamoró de Culibillas.
Balaitús era un dios muy poderoso. Fuerte y de gran
carácter, nadie osaba jamás a contradecir a Balaitús.
Todos obedecían sus deseos por miedo a la ira del dios.
Él forjaba los rayos de las tormentas que eran capaces de
destruir todo cuanto se hallara a su paso.
Culibillas rechazó al cruel dios, como no podía ser de otro
modo. Pero claro, éste, al ser rechazado por vez primera en su vida, al haber
sido contrariado y no estar acostumbrado a ello, irrumpió ante Culibillas
presto y dispuesto a llevarla consigo sí o sí.
Culibillas atemorizada pidió ayuda a sus hormigas y rugió
con fuerza.
“¡ A mí, mis hormigas ! ¡ A mí !”
“¡ A mí, mis hormigas ! ¡ A mí !”
Y éstas, sin pensarlo dos veces, acudieron raudas a la llamada
de la señora cubriéndola por completo y llenándola con su espeso manto blanco.
Balaitús escapó horrorizado y no molestó nunca más a la
diosa. El terrible dios se enfadó y arremetió enérgicamente contra las hormigas
decidido a aplastarlas a todas, pero era misión imposible.
Las hormigas blancas que protegían a Culibillas se contaban
por miles de millones. Ni tan siquiera el poderoso Balaitús podía nada contra
todas ellas.
Todas las hormigas que murieron aquel día, cubrieron las montañas
del Pirineo con un impresionante manto blanco.
Es así como apareció la nieve sobre los Pirineos.
Culibillas, salvada por las formigas blancas, en
agradecimiento, dicen que se clavó un puñal en el corazón para que todas las
hormigas pudiesen entrar dentro y vivir allí, en su interior. En lo más profundo
de su corazón. Ese agujero, esa herida sin cerrar, es el “Forau de Peña Foratata”.
Se dice que desde lo más alto de la Peña Forata, aplicando delicadamente el oído
a la fría roca, se pueden escuchar los latidos del generoso corazón de la
diosa.
La imponente Peña Foratata |
Balaitús sigue enfadado a día de hoy.
Sí, y haciendo honor a su etimología ( hay quien dice que el
significado de Balaitús es “reunión de tridentes del diablo” ), aún de vez
encuando descarga todo su poder en forma de terribles tormentas y vientos
huracanados que bajan dese lo más alto de sus más de tres mil metros.
Balaitús, dios de la montaña |